por Pola Oloixarac
(texto aparecido en "La cinta transportadora" de Ulises Conti, Mansalva 2015)
Es la avenida
Córdoba, entre la medianoche y las 3am: mis pies y la cabeza de Ulises, en su
mágico autito azul. En la foto, Ulises surca el espacio al volante y yo viajo
recostada en el asiento de atrás, con el asiento del acompañante arrojado hacia
adelante. Calculo verano, por los zapatos (rojos) 2002, o 2003. Por la época de
la foto, la idea de realizar experimentos con humanos ya existe en su cabeza
(boina en la foto), o en alguna parte del sistema de su cráneo deslizándose
dentro del caparazón del auto.
Es probable que
la idea de diseñar experimentos con humanos no ingresara en nuestra
conversación en los términos de un pronunciamiento o una decisión si no que
buscara formas más o menos imperceptibles para existir dentro de ellos
(nosotros).
En su momento
germinal, existían de manera primaria, como intuiciones acerca de futuros
posibles en la obra de arte.
· - Dotarlos de un mapa difuso, la posibilidad de un refugio
· - Disponer largos gusanos blancos para insertar en los oídos
· - Ubicar la acción (¿el viaje interior, el viaje exterior?)
· - El diseño sutil de un vago sentido de propósito
· = Al final del recorrido, la explicitación de un refugio (un hermoso
insecto gigante).
En algún momento
indeterminado, en algún intervalo entre la totalidad de los movimientos y la
llegada al refugio, entre el problema y la solución, tendría lugar la obra de
arte como tal. Parásitos activos, conectados a una pequeña rueda manual, los
blancos gusanos largos (vulgarmente, ipod
modicum) habrían conseguido un medio de locomoción humano durante la fase
de movimiento. Al cabo, el host humano entra en reposo dentro del insecto
gigante.
En su clásico
libro “La mentalidad de los simios” (1917), Wolfgang Kolher despliega el mapa
de sus experimentos en la isla de Tenerife. El razonamiento correcto sólo llega
en la forma de una iluminación (Einsicht),
el razonamiento correcto elude la tracción del ensayo y el error. Es cuando el
chimpancé intuye, al cabo de horas de
hambre, que ese hombre que ha dispuesto el laberinto y que acaba de dejarlo solo
(pero no está lejos, lo puede oler, escuchar), que solía entrar y dejar la
comida en unas cajas en el suelo y que ahora cuelga bananas de una soga a una
altura que no puede alcanzar, dejando las cajas vacías a sus pies (las mismas
que solían albergar la comida), este hombre que por algún motivo que no ha dado
a conocer ha decidido dejar la comida inaccesible, creando obstáculos
innecesarios entre su simiedad y la comida, ese hombre quiere que piense. Los
simios de Kohler no pueden renunciar a esta tarea: no sólo porque morirían de
hambre, si no porque tienen la responsabilidad moral de representar a su
especie ante las pruebas de los hombres. Los humanos de Ulises sólo se
representan a sí mismos: no tienen obligaciones hacia su especie. En este tipo
de libertades se juega la apreciación del arte.
¿Tenemos los
reflejos, las nervaduras afiladas, para reaccionar adecuadamente ante El?
¿Somos capaces de descifrar, sobrevivir y habitar el laberinto?
(En Parque Chas
se suceden las estrategias humanas para salir. Antes de abandonar toda
esperanza y lanzarse al abismo, los taxistas preguntan si una sabe cómo salir,
o se jactan de saberlo. Algunos choferes humanistas dejan caer la cifra que
deshace el laberinto: para salir, hay que evitar las ciudades. Sólo las calles
que nombran ciudades eternizan el laberinto. Es cierto que apenas una entra en
Parque Chas, la ciudad de Buenos Aires desaparece. Lo sé porque vivo en Berlín,
el anillo más interior del laberinto.)
Dejo rastros de
mis búsquedas en todas partes. La información vuelve la intimidad física en cada uno de sus recovecos. La
experiencia es contemporánea porque es futurista: pronto todos nuestros
detalles serán visitables, invitaciones a que los hábitos sean habitados por
entes entrenados en campos (cerebros) ajenos, hostiles. El auto de Ulises, el
caparazón de una vida ajena, está infectado de las instrucciones que hacen
posible esa vida. Los laberintos de las ratas y los animales no son menos
elegantes. Somos los animales perdidos en el laberinto de los rastros: que los
experimentos con humanos sean intuiciones sobre el arte del futuro no elimina
la piedad exquisita del experimento de devolvernos al status de bestias. Parque
Chas, el laberinto del laberinto de Buenos Aires, preexistía al caparazón del
autito de Ulises y esperaba desde siempre la llegada de sus verdaderos
habitantes.
Pola Oloixarac
Parque Chas, Berlin Strasse, Mayo 2013