RousseAu, MArte y lA NieblA

Niña inocente a mes heures, caí en la Maldición de Marte, que hace a los 27 de agosto días funestos donde el dios que prepara la guerra y encarna un planeta se acerca peligrosamente a la Tierra. En la bruma (in the fog), entreví la tragedia deshonrosa de otra ninfa, a la que se le negaba el don de la escritura, aunque flor de araña tejedora de historias ella era. Abrumada (under the fog), consulté a mi amigo fiel Rousseau, y él me habló desde la página 917 de las Oevres Completes:

“Es menester que os responda; vos mismo me obligáis a ello. Si sólo hubierais atacado mi libro, os habría dejado decir; pero atacáis también mi persona, y tanto mayor es vuestra autoridad entre los hombres, tanto menos me es permitido callarme cuando pretendéis deshonrarme” (O.C., IV, p. 927).

Si él, pluma preclara de un tiempo que admiro, le contestaba así a la camarilla volteriana, ¿cómo no hacer propias las definiciones del juego? En otras palabras: ¿qué onda? ¿No debía yo trocar la palabra “persona” por “Toda Otra Persona”, es decir mi genus, la especie de mi género arácnido, y hacer del otro mi igual, que comparecía ante la injusticia de esa Voz que venía de la niebla (coming from the fog)? ¿No debía yo alzar la voz por toda mujer de letras, incluso aquellas que no dicen su nombre? ¿No había en ese -tan triste- uso del genus algo del orden del Mal A Conjurar: La Autoridad Arbitraria y Andromaldita? Y en esa triple A: dónde queda la A de mis amigas, las arañas tejedoras de historias y las señoras de letras, a quienes decirles "señorA" -esa A delatora- viene a ser signo de maltraer y peor-escribir? Otro amigo me habló al oído: En estos tiempos, con estos hombres, el juego del lenguaje se juega sólo en el papel y de oídas: no hay intercambios honrosos, ni duelos porque no hay duelistas. ¿Era yo la fatídica, la que venía a empuñar una espada contra uno que no era mi enemigo; caía yo cual Antígona? Ni a palos, me respondieron. En este reino maldito, hay un Senado constituido por los hombres más antiguos del mundo. En él, ellos creen que hacen y deshacen, prologan y desprologan (oh, ven y aproxímate a la verdadera historia), pero en rigor, la única batalla digna de jugarse, es escribir. Allá fuimos con la otra araña, mientras los otros se miraban las pieles colgantes unos a otros, desnudos.