Friday, December 25, 2015

Experimentos con humanos

por Pola Oloixarac
(texto aparecido en "La cinta transportadora" de Ulises Conti, Mansalva 2015)



Es la avenida Córdoba, entre la medianoche y las 3am: mis pies y la cabeza de Ulises, en su mágico autito azul. En la foto, Ulises surca el espacio al volante y yo viajo recostada en el asiento de atrás, con el asiento del acompañante arrojado hacia adelante. Calculo verano, por los zapatos (rojos) 2002, o 2003. Por la época de la foto, la idea de realizar experimentos con humanos ya existe en su cabeza (boina en la foto), o en alguna parte del sistema de su cráneo deslizándose dentro del caparazón del auto.

Es probable que la idea de diseñar experimentos con humanos no ingresara en nuestra conversación en los términos de un pronunciamiento o una decisión si no que buscara formas más o menos imperceptibles para existir dentro de ellos (nosotros).

En su momento germinal, existían de manera primaria, como intuiciones acerca de futuros posibles en la obra de arte.

·      - Dotarlos de un mapa difuso, la posibilidad de un refugio
·      - Disponer largos gusanos blancos para insertar en los oídos
·      - Ubicar la acción (¿el viaje interior, el viaje exterior?)
·      - El diseño sutil de un vago sentido de propósito
·      = Al final del recorrido, la explicitación de un refugio (un hermoso insecto gigante).

En algún momento indeterminado, en algún intervalo entre la totalidad de los movimientos y la llegada al refugio, entre el problema y la solución, tendría lugar la obra de arte como tal. Parásitos activos, conectados a una pequeña rueda manual, los blancos gusanos largos (vulgarmente, ipod modicum) habrían conseguido un medio de locomoción humano durante la fase de movimiento. Al cabo, el host humano entra en reposo dentro del insecto gigante.

En su clásico libro “La mentalidad de los simios” (1917), Wolfgang Kolher despliega el mapa de sus experimentos en la isla de Tenerife. El razonamiento correcto sólo llega en la forma de una iluminación (Einsicht), el razonamiento correcto elude la tracción del ensayo y el error. Es cuando el chimpancé intuye, al cabo de horas de hambre, que ese hombre que ha dispuesto el laberinto y que acaba de dejarlo solo (pero no está lejos, lo puede oler, escuchar), que solía entrar y dejar la comida en unas cajas en el suelo y que ahora cuelga bananas de una soga a una altura que no puede alcanzar, dejando las cajas vacías a sus pies (las mismas que solían albergar la comida), este hombre que por algún motivo que no ha dado a conocer ha decidido dejar la comida inaccesible, creando obstáculos innecesarios entre su simiedad y la comida, ese hombre quiere que piense. Los simios de Kohler no pueden renunciar a esta tarea: no sólo porque morirían de hambre, si no porque tienen la responsabilidad moral de representar a su especie ante las pruebas de los hombres. Los humanos de Ulises sólo se representan a sí mismos: no tienen obligaciones hacia su especie. En este tipo de libertades se juega la apreciación del arte.

¿Tenemos los reflejos, las nervaduras afiladas, para reaccionar adecuadamente ante El? ¿Somos capaces de descifrar, sobrevivir y habitar el laberinto?

(En Parque Chas se suceden las estrategias humanas para salir. Antes de abandonar toda esperanza y lanzarse al abismo, los taxistas preguntan si una sabe cómo salir, o se jactan de saberlo. Algunos choferes humanistas dejan caer la cifra que deshace el laberinto: para salir, hay que evitar las ciudades. Sólo las calles que nombran ciudades eternizan el laberinto. Es cierto que apenas una entra en Parque Chas, la ciudad de Buenos Aires desaparece. Lo sé porque vivo en Berlín, el anillo más interior del laberinto.)

Dejo rastros de mis búsquedas en todas partes. La información vuelve la intimidad física en cada uno de sus recovecos. La experiencia es contemporánea porque es futurista: pronto todos nuestros detalles serán visitables, invitaciones a que los hábitos sean habitados por entes entrenados en campos (cerebros) ajenos, hostiles. El auto de Ulises, el caparazón de una vida ajena, está infectado de las instrucciones que hacen posible esa vida. Los laberintos de las ratas y los animales no son menos elegantes. Somos los animales perdidos en el laberinto de los rastros: que los experimentos con humanos sean intuiciones sobre el arte del futuro no elimina la piedad exquisita del experimento de devolvernos al status de bestias. Parque Chas, el laberinto del laberinto de Buenos Aires, preexistía al caparazón del autito de Ulises y esperaba desde siempre la llegada de sus verdaderos habitantes.






Pola Oloixarac
Parque Chas, Berlin Strasse, Mayo 2013


Saturday, December 19, 2015

Docta libido

sobre "El sentido del tacto" de Pablo Maurette (Mardulce)
por Pola Oloixarac para Revista Enie

¿Qué hacer con la imaginación, ahora que las fuerzas del Estado abandonan su conquista? Sin su Secretaría de Coordinación Estratégica, el Pensamiento Nacional estalla en piquetes neuronales, Esteches sinápticos de resistencia ante el ultraje. Son los fuegos artificiales que adelantan la llegada del año nuevo. En esta época de experimentos mentales, recomendamos leer el primer libro de Pablo Maurette.
Con prólogo del insigne José Emilio Burucúa, este ensayo se abre como una rareza “vintage” en el ámbito contemporáneo de la lengua.
El sentido olvidado: Ensayos sobre el tacto es un texto erudito y exquisitamente escrito, en la estela de la áulica tradición argentina de articular literatura y pensamiento, de Martínez Estrada a Ricardo Piglia. En su erudición y amplio aliento, el libro respira la pasión por la escritura de su autor.
Narra la historia de una guerra estética: lo háptico (lo que se toca) versus lo óptico (lo que se ve). Occidente ha privilegiado la vista como puerta del conocimiento: este libro narra la contra-historia del ojo como historia clandestina del pensamiento, de lo que repta en la oscuridad. En manos de Maurette, este plan se convierte en aventura: viaje al origen de la “tortura china” ( lingchi ), genealogía de la ciencia del beso (filematología), cómo leer laIlíada de Homero con los dedos de la mano, entre otras. La historia de la piel del Rerum Natura (De la naturaleza de las cosas), de Lucrecio, atraviesa el libro como un fantasma.
El deseo o libido se suele ligar a lo irracional, pero como escribe Luxorio en la Cartago de los vándalos, nos cuenta Maurette, éste puede ser entrenado, puede mejorar con el conocimiento –a esto llama Docta Libido .
Bajo la historia del tacto aguarda una teoría de la escritura: entrenar el deseo de tocar el mundo y hacer gozar la imaginación.

Tuesday, December 15, 2015

Los compadritos

por Pola Oloixarac para Infobae (publicado el 19 de nov 2015)

Como ya es costumbre en la política argentina, después de un enfrentamiento todos son ganadores. Es una tradición que ha arraigado con fuerza en los últimos años, donde festejan incluso los que sacan un cuarto puesto, como le ocurrió a Mariano Recalde en la Ciudad.
En una transmisión que tuvo más rating que la final de Argentina con Alemania del último Mundial, los argentinos pudieron ver por primera vez a los candidatos presidenciales frente a frente. Como ante un partido crucial del Mundial (que dura un mes como la eterna campaña al ballotage), muchos argentinos se juntaron para ver el duelo con almas afines, a vivar por su favorito. Y como en el fútbol, las mujeres estuvieron ausentes como árbitros moderadores de la contienda; una pérdida para los candidatos, que se habían mostrado ambos comprometidos de palabra con los reclamos de #NiUnaMenos. Aquí terminan las semejanzas futboleras. Fue inexcusable que el escenario del debate estuviera pobremente iluminado para la televisión; las luces azules contra el negro excesivo contribuían a un lúgubre efecto teatral, donde los haces cenitales deformaban los rasgos de los candidatos y resaltaban sus defectos físicos, como el tono algarrobo encerado de Scioli y las arrugas frontales de Macri.
El formato del debate impedía grandes intercambios y desarrollos; tampoco permitía repreguntas, de modo que ni los moderadores ni los contrincantes tenían espacio real para exigir especificaciones, ni los candidatos para darlas. La policía del texto estaba, desde el vamos, depuesta; quizás una ventaja para dos candidatos que no descollan ni por la brillantez de su oratoria ni por su dicción. El espectáculo ofrecido era otro: un duelo de hombres con un lenguaje hecho de provocaciones y fintas. Como dos compadritos en escena. Dos estilos en pugna para el cambio de época.
El compadrito de la Ciudad de Buenos Aires, que llevaba las de ganar, versus el compadrito gobernador saliente de la provincia de Buenos Aires, el challenger. Dos guapos de barrio trenzándose en combate, con la República de voyeur decisiva.
SCIOLI, EL COMPADRITO DEL POPULISMO HEREDADO, VERSUS MACRI, EL COMPADRITO DEL DESARROLLISMO MODERNO
¿Qué es un compadrito? El descendiente del gaucho rural que desensilló en la ciudad y forjó un estilo de masculinidad argentina: algo de pícaro, de pendenciero, respetado por su manejo del cuchillo y por su gracia al bailar. Nuestros compadritos en cuestión son dos hijos mimados de inmigrantes italianos, los vástagos de laburantes que se hicieron de abajo; un tipo social que por primera vez entra en combate por el poder presidencial. Ninguno representa la patria que soñó Alberdi, donde el elemento nativo era regenerado por la inyección de la sangre hiperbórea (alemana, norteamericana) en el potaje racial argentino. Los dos son una revuelta contra esa antigua Argentina liberal que llamaba "plebe ultramarina" a los que llegaban en barcos (la expresión es de Leopoldo Lugones).
El compadrito se enfrenta para medirse y ganar prestigio en el vecindario, como narra Borges en "Hombre de la esquina rosada", describiendo a Rosendo Juárez, el Pegador: "Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también. Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el modo de escupir".
El combate de los compadritos es por la desenvoltura, la actitud, su prestancia y coraje de malevos, la aptitud para el baile del poder. Dos estilos y dos tiempos en lucha: Scioli, el compadrito del populismo heredado, versus Macri, el compadrito del desarrollismo moderno. Y en disputa, los votos del guapo municipal Massa, el gaucho rebelde que desafió al kirchnerismo en los tiempos del "vamos por todo".
Frente a frente, los dos guapos se trenzaron en la noche del Bajo (como canta Edmundo Rivero en el tango "El ciruja"). En el primer round Macri desenvainó un rol inesperado, un rebenque a las ondas de paz y amor que suele emitir en campaña. Arrancó tirando claras fintas, provocando, mostrando (al público y a Scioli) el filo de su cuchillo. Acorraló a Scioli en el clivaje que tiene que resolver como candidato oficialista que quiere diferenciarse: "Daniel, vos no sos el cambio, vos elegiste ser la continuidad, estar con Axel Kicillof, con Milagros Sala, con Máximo Kirchner, con Aníbal Fernández". Puñales claros y concisos: "Parecés un panelista de 678"; incluso momentos de dramatismo novelar: "Daniel, ¿en qué te han transformado?". Scioli se veía visiblemente alterado, su lenguaje físico trastabillaba. Macri parecía a sus anchas; incluso, la noche anterior, había cometido el sacrilegio a los buenos modales de mesa al comerle un chorizo del plato a la señora Mirtha Legrand, la emperatriz de la politessevernácula, que reaccionó encantada ante su estilo campechano.
Macri y Awada cerraron la noche con un abrazo de milonga sentimental
En el segundo round, el compadrito Scioli repuntó con ganas. Apeló, por primera en toda su campaña, a la picardía argentina: asestó un golpe ligero pero efectivo: "¿Cómo va a resolver el narcotráfico si no resolvió el tema de los trapitos?". El problema de su estrategia de ataque era que, cuando le tocaba hablar de sus propios propuestas, empleaba la mitad del tiempo para describir el programa imaginado del contrincante. Presentadas de esta forma, las estocadas no tocaban directamente a Macri si no a una especie de piñata de la amenaza que Macri representa para el kirchnerismo, con el que Scioli se identificó para su estrategia de ataque. Cuando le espetó: "¿Por qué votaste contra la nacionalización de YPF, Anses, el matrimonio igualitario y las cosas que ahora decís defender?", Macri ignoró la pregunta.
El compadrito Scioli jugó a una nostalgia de Juan Domingo Perón, al peronismo primigenio: habló de "compañeros trabajadores", contrapuso el rol del Estado contra la influencia extranjera en términos absolutos, como si la Argentina todavía viviera en los años 1950. Incluso su rubia esposa Karina Rabolini, vestida con un atuendo estilo años 1960, reforzaba esta postal de sepia con su rodete que evoca el estilo capilar de la inolvidable Evita. Reminiscencias semióticas a un pasado con el que renovar el peronismo a fuerza de más pasado.
El compadrito Macri, por su parte, apelaba a una simbología del trabajo profesional actual: sin corbata, habló de la colaboración entre la actividad privada y el Estado. Macri encarna una especie de compadrito globalizado, con un discurso de gobierno abierto propio de la política del siglo XXI. Pero con toda su modernidad, Macri no deja de ser un caudillo: armó un partido él solo y, si bien es cierto que su método de trabajo enfatiza el rol de los "equipos", toda la gente que lo rodea declara amarlo con locura, como si fuera un Dalai Lama secular.
Como siempre, a los compadritos hay que verlos en su contexto barrial. El compadrito Macri quiere cortar lazos con el bolchevismo caribeño y fue explícito en su deseo de que Argentina deje de ser un capítulo de la saga del chavismo en Latinoamérica. El malevo Scioli se mostró conforme con el vecindario actual; no objetó los cotorros antirrepublicanos que actualmente circundan a Argentina, como Venezuela, Ecuador e Irán.
Como enseña el tango, no hay guapo argentino que se precie sin su prenda. El duelo de los guapos terminó con una estampa donde todo el Tánatos de la contienda concluyó en una proyección de sexo subliminal. La morocha argentina Juliana Awada se llevó todas las miradas y asestó un beso pleno en la cara de Macri, con un abrazo de milonga sentimental, mientras Scioli los miraba a un costado; instantes después, Scioli le corrió la boca a su propia esposa Karina cuando ella se acercó sonriente a saludarlo y abrazarlo. La imagen se viralizó y provocó tantas reacciones que incluso Sandra Mendoza, la inefable diputada y kinesióloga chaqueña,tuiteó: "Voto peronismo, @danielscioli sugiero hagan el amor o sexo tántrico". ¿Podrá el compadrito Macri desbancar el fantasma sexual nacional que identifica al peronista como el más diestro para enlazar, montar y poner al trote a la Nación?

No me dejen tan Scioli

por Pola Oloixarac para Perfil (publicado el 15 nov 2015)

La campaña de seducción de votantes de Daniel Scioli en los medios no fue soñada. Arrancó como si Cristina tuviera en su poder la mano perdida de Scioli, a la que trata como un muñeco vudú, empeñada en quebrarle los dedos uno por uno. 

Primero fue la fallida campaña del miedo impulsada por el Frente para la Victoria. Algunos hits: el ministro de Salud de la Nación, Dr. Daniel Gollan,aseguró que sólo una presidencia de Scioli garantizaría la continuidad de tratamientos contra el cáncer (luego fue desautorizado por José Pampuro, quien dijo que si Perón reviviera los mataría a todos, que están prostituyendo la política). Silvina Batakis, a cargo de la cartera de Economía sciolista, tuiteó junto a la Casa Rosada que, gracias a una medida de la aún no ungida Vidal, miles de profesionales perderían su trabajo y cincuenta mil jóvenes bonaerenses se quedarían sin becas (luego fue refutada por el mismo Scioli). Las versiones apocalípticas vertidas por fuentes oficiales y por deidades menores del multiverso kirchnerista competían rampantes por el temor y temblor de los votantes.

En un bullicioso ejercicio de aikido político, las redes devolvían transformados en ironía esos mismos escenarios apocalípticos, que un eventual gobierno de Cambiemos, esa locura republicana de promover la alternancia en el poder, podría atraer. Se diseminó como Campaña Bu, como noticias inventadas por la gente en Facebook, y bajo el hashtag #SiMacrigana. La ironía devoró rápidamente a la política extorsiva de los que demonizan el juego político democrático (para el cual es importante que haya otro, y que también sea patria). No fue magia del sensei macrista Jaime Duran Barba, porque ya las bases estaban en los escritos de Laclau, sumo sacerdote del kirchnerismo caviar: ese “significante vacío” en el centro de la disputa podía tomar cualquier signo –incluso el signo contrario. La política emoticón se embestía contra sí misma.

Mientras la planta del Estado, los militantes y los creyentes del kirchnerismo sensible diseminaban los mensajes negativos, Scioli intentaba concentrarse en su nueva estrategia: ser “más Scioli que nunca”.

El mentado maximalismo del hombre del FpV produjo algunas películas breves. Una de ellas comienza con una melodía vintage y canta “Un hombre solo es sólo el comienzo” sobre un montaje de paisajes bucólicos, telares y tractores, y es una copia de una publicidad de Sancor de los años 80; no hay rastros de un Scioli físico, sólo la boleta como coda liminar. Una publicidad del brasilero Aècio Neves contra la recientemente reelecta Dilma Roussef, film tildado de golpista por un medio afín al gobierno, fue la inspiración de un nuevo spot, Una Argentina sin máscaras: una especie de Being John Malkovich de una futura debacle de Cambiemos, en un mar de caretas de Macri. En otro spot toma directamente un aviso de Massa, que aparece como personaje del spot de Scioli. En el pináculo de estos homenajes al copyleft Scioli mira a cámara y dice: “Yo sé que algunos están enojados”. Como circuló en las redes, así empezaba un spot de Menem de 2003 cuando planeaba pelear su tercera presidencia, y así sonaba el conocido “Dicen que soy aburrido”, que usó Fernando de la Rúa para apelar al elector indeciso y desencantado. En su comunicación, cuando Scioli debía ser más Scioli que nunca ofrece playbacks al Menem de la tercera presidencia, al derechista Aècio Neves, a la Dilma que le explotó Brasil apenas asumió, con un dejo aromático a De la Rúa. Una lástima que la Patria Grande no estuviera entre las musas, y así escuchar entre ritmos salseros un claro y caribeño: “Ey chico, tú que votaste a Massita, sé que odias al kirchnerismo, pero ven vótame igual”.

Los publicitarios son publicitarios, minimizó Scioli ante las críticas a su estrategia de comunicación. Después de pedirle disculpas a Massa por un episodio de hacía dos años, en el que un gendarme había entrado y robado en su casa, al que Scioli en su momento denominó un “autoatentado”, Scioli apostó a estrechar el vínculo con la Weltanschauung massista y prometió a la prensa “tolerancia cero” a los piquetes. Un Scioli al lado del ciudadano motorizado y de a pie. Quizás ya envalentonado con su verdadero ser que emergía clamoroso al calor de la campaña, Scioli declaró en una entrevista que él es “anti-aborto en lo personal”. Al fin, su personalidad real de peronista de derecha comenzaba a definirse contra el discurso progresista del kirchnerismo de paladar negro que lo había votado “con desgarro”, según la expresión de su divina majestad de Carta Abierta, Horacio González.

Pero a la mano dura le cortaron las piernas. En Merlo, un mandamás histórico del FpV impulsó una toma de tierras contra el intendente electo del FpV, en el marco de una gobernación del FpV. “Othacehé es Nerón incendiando Roma”, acusó Gustavo Menéndez, el nuevo intendente de Merlo. En Concepción, la segunda ciudad de Tucumán, punteros del FpV sitiaron al intendente electo de Cambiemos. En Salta, Cattáneo, dirigente del FpV, amenaza no dejar asumir al intendente electo del massismo. Cariglino nombra cuatro mil empleados en un municipio que tenía doscientos y se aumenta el sueldo hasta superar el de la Presidenta; y la Presidenta nombra auditores futuros de su gestión pasada en circunstancias bochornosas. Mientras, el saliente Bruera (FpV) deja La Plata sin recolección de residuos, y se lleva los juegos de las plazas. Podemos imaginarlo a Bruera de noche, bajando whiskies aferrado a un tobogán en el living de su casa.

El peronismo en crisis es una caja de Pandora de plagas de Egipto. No podría haber mejor campaña para Macri que el espectáculo del peronismo explotándose los sesos unos a otros como en una secuencia de Tarantino. Que al fuego amigo discursivo le siguieran incendios concretos, que hablan de la situación real del país y de la crisis (moral, pública, económica) que enfrenta. La crisis que la pasada elección generó en el ego de los barones desplazados desató una verdad monstruosa: cada uno es un rey sol en su comuna, y si se tiene que ir, se lleva hasta los juegos de las plazas, como el impertérrito villano de Disney Bruera. Y como las plagas no pudieron esperar a después del 10 de diciembre, temporada tradicional de los saqueos, cayeron sobre un Scioli que todavía está dando pelea. La campaña demostró que para Scioli no se trata sólo de un problema escolástico de cómo conjugar el evangelio kirchnerista con el peronismo de derecha, piloto de tormentas y de ajustes, sino que tiene serios problemas para liderar dentro del PJ. Que no lo reconoce como líder, que está furioso y enceguecido como un jabalí rabioso ante la pérdida de poder. En el nivel alto y en el PJ granular municipal, fracasa como líder. Y a los fines de la campaña no consigue enamorar a quienes más le importan: los votantes de Massa, que preferirían al propio Sergio al comando del peronismo opositor.

Entre la elección y el debate del domingo próximo, Cristina llevó a cabo dos actos. En el primero, ni nombró a Scioli. En el segundo, en la inauguración de la segunda parte del Polo Científico y Tecnológico en Palermo, se mostró flanqueada por dos baluartes del modelo, Lino Barañao y Axel Kicillof, y el candidato Scioli a un costado. El acto fue una postal para la nostalgia: radares, Abuelas emocionadas, Nietos recuperados. Y Cristina hizo de las suyas: “No van a tener que elegir entre San Martín y Belgrano, porque no están. Tampoco entre santos, que están en el cielo”. Y ahí estaba Scioli sentado cabizbajo a un costado, con las medias bajas, look fracasado, de sapo de otro pozo que busca no obstante, amor en este pozo donde no se lo dan, en una estampa derrotada que se viralizó. Pero aun si apenas cruzaron miradas, el encuentro fue el más positivo para Scioli. Desde entonces, la estrategia del FpV apareció más coordinada: en su discurso, Cristina se refirió a un jefe de Gobierno de la Ciudad que llega a la presidencia y se va en helicóptero y deja un tendal de muertos. Y Scioli empezó a referirse a Cambiemos como “la Alianza”. Ella canturreaba para los ultras, y Scioli para el resto del electorado. Esa tarde, Alberto Pérez, vocero del sciolismo enfático, dijo que se terminaba el kirchnerismo. La cara de la Presidenta saliente decía lo mismo; ni se toca con Scioli, ni lo deja hablar. El Modelo es de ella y de Néstor, que mira junto al Arsat2 y no tiene (ni desea tener) sucesor real.

Varios problemas para Scioli: ¿cómo articular el gatopardismo del FpV, que había intentado reinsertarse en el mercado de capitales sin lograrlo, y había hecho de esa derrota a puertas cerradas un triunfo más del relato tutelar? ¿Cómo reencauzar a los fieles hacia un viraje a los mercados de capitales sino con una nueva mutación del peronismo, manteniendo bajo control la furia de los barones que las urnas habían desarticulado? ¿Cómo pasar de un peronismo cesarista embanderado en una izquierda alucinada a un peronismo de derecha y de ortodoxia económica, y comunicarlo como algo deseable? O cómo transformar el kirchnerato en un régimen de supervivencia a sí mismo.

En otros spots, Scioli se remonta a su pasado de deportista y con él, a su accidente; son las circunstancias de la vida que lo han forjado como un hombre de diálogo, como alguien que se adapta. Cuando Scioli habla de su capacidad de adaptación, deja librado a nuestra imaginación qué forma tomará ese peronismo que se prepara para mutar, y nos asegura que su propio rol será adaptarse a esa mutación del cuerpo. No será un líder que dé forma ni definición; él sabrá escuchar las señales que la corporación peronista haga prevalecer. Es un mensaje hacia adentro de las entrañas del peronismo, más que para los votantes. Cuando Scioli habla de las olas de dos metros que tuvo que enfrentar, las difíciles decisiones que tuvo que tomar, su cuerpo incompleto es el testigo, la garantía de que su juego no es el de un Alfa. “Conmigo pueden estar tranquilos, no los voy a patotear”. Su ablación es virtud de acople dentro del cuerpo peronista, que siempre se soñó como el único cuerpo real de la Nación.

Mientras, Karina Rabolini se pone y se saca el rodete: va con el pelo suelto a jurar que adora bailar cumbia, se extiende rubia y lánguida para que le saquen sangre. Se le quiebra la voz contando que se le rompieron los talones cuando se incendió su departamento en Callao y Posadas; saltaron ambos al balcón de al lado, y desde entonces ella prefiere llevar taco bajo. Karina sostiene la voz en un hilo al decir que la verdadera campaña de miedo es cuando Lilita Carrió dijo que matarían a su marido, si llegara a ser presidente.

Scioli sigue adelante; y ahí está el mejor Scioli. Su tenacidad, su perseverancia no son meras palabras de spot publicitario: las tormentas de la campaña y del peronismo da cuenta de ello. No porque pueda manejar con pericia ninguna de ellas, sino porque sin dudas, lo suyo es seguir adelante como sea. Y lo más loable es que no hay duda de que detesta estar en campaña. Las fotos de Scioli besado por personas comunes que encuentra en campaña siempre lo encuentran en extrañas poses. A veces les ofrece un mentón rugoso, otras son sencillamente expresiones de asco y disgusto indisimulables. Apenas puede disimular la fobia que le produce el contacto con esos seres carenciados a los que su discurso se propone beneficiar. Las reacciones de Scioli asqueado ante los besos son furor en las redes.
La naturaleza bicéfala de la campaña implica, por un lado, conquistar la nueva conducción del país, y por otro liderar una renovación del peronismo en su nueva mutación. Esto cifra las dificultades de Scioli: no puede conducir el peronismo porque no conoce el ADN de su nueva mutación. Porque sus links con el kirchnerismo aún en poder son demasiado débiles. Porque su pan-peronismo le genera más rechazos que adhesiones. Y porque los gobernadores, después de tantos años bajo el tacón férreo de Cristina, no encuentran en Scioli un líder que encabece la rebelión ni que garantice la retención del poder, movimiento tectónico que debía ocurrir como una intriga palaciega, y que terminó estallando volcánico a lo largo de ese territorio vasto que nunca imaginaron bajo otro signo político.
En las entrevistas con Majul y Lanata del domingo pasado, Scioli mantiene la vaguedad de su discurso y su pasión por deglutir los finales de las palabras (“cambiemo’ lo que haya que cambiar, mantengamo’ lo que haya que mantener”); juega a atacar desde la defensiva. Asegura que habla “cuatro idioma” y repite el mantra de los dos modelos de país, pero se concentra en quizás lo único real que tiene para transmitir. Nada de lo que quiera hacer Scioli está en sus palabras, ya que apenas puede articular ideas, fuera de un elogio a las buenas formas peronistas de alabar la presencia del Estado, ideas que por otra parte ya son parte del folclore argentino con las que también se embandera Cambiemos. La fuerza de Scioli está en que no se sabe qué es, y sin embargo, sigue adelante, como sea, huraño, asqueado, sapo de otro pozo, contra viento y marea.     

Edgardo Cozarinsky at McNally Jacksons

(here's what I read)

Good evening everyone. I am honored to be here to celebrate the literary genius of Edgardo Cozarinsky in the company of such lovely, distinguished friends.

I’m here to unveil something that will no longer be a secret.

But before that, let me say that before I read El rufian moldavo in the form of a novel, I experienced it in the form of an opera. The opera Ultramarina was premiered in Buenos Aires in the fall of 2014, in 5 shows that were completely abarrotados. It was really hard to get in, I watched it sitting in the stairs of the theater in the barrio of Almagro, thanks to Miguel Galperin and the propio Ed, who let us in. The creative team was outstanding, the music by Pablo Mainetti, composer as well as bandoneonist, the régie by Marcelo Lombadero, probably in the epicenter of his powers. The spectacle was an immersion in deep Cozarinsky land. This was an author who had made a style –even more so, a living form in prose- in texts where fiction verged into essay and essay felt and read with the intimate gesture of a story told entre nous, flowing freely like fiction: an author whose films were always akin to literary mischief, where the whisper of chisme embraced the haughtiness of History. Edgardo entertains the crucial tropes of the passage of the century into the other with the grace of a master. 
  
            The opera testifies to the immense influence Cozarinsky has had on contemporary Argentine culture -an influence he would never vouch for, nor he would ever confess, as it follows the shape of a century that Edgardo carved first, and carved better.

            In the opera, like in Edgardo’s works, the arrabal of Argentina verges into the mists of MittelEuropaThe story of El rufian moldavo and Ultramarina unveiled the passion and pathos of the girls under the Zwi Migdal, the world organization of women trafficking that operated between 1906 and 1930 with headquarters in Buenos Aires. There was a tango looming over the Vienese atonal experiments, as in a rioplatense version of Woyzzeck. By the end, the haughty European tones of the music metamorphosed into the rhythm of cumbia: on the stage, the images showed video captures of prostitutes today, in Constitución, showing that time is an illusion, that perversion and oppression is always near, present and alive. And it was so utterly Edgardo, in his repeated line in the libretto El mundo es uno solo, sang bitterly by one of the captives, that we could see how the occult passage between this mesmerizing changes of genres was in fact a pasadizo into a Cozarinskian system of mirrors in which the world is illuminated again not by the goddess of apparent change, but by the cruel sameness of evil, of war and vulnerability, unveiled. A little digression: this past Wednesday, probably a million of women marched in Buenos Aires, Rosario and Cordoba and many other cities in Argentina under the flag #Niunamenos, against the killing and forced prostitution of women. Edgardo’s novel, El rufián moldavo, is being hailed as the Argentine novel against trafficking,and is now being read in a strongly political vein.

             On that night, after the opera, we, the friends who had gone to see the show, we started a sect.

            We started the sect in the car. We were talking one on top of the other. We were excited by the lingering tango meets MittelEuropa meets Viena and Cozarinsky’s words beating inside mashed up with the Constitucion cumbia of the finale. Was there any other living author in Argentina that excited us in the same way?

            As we talked and talked in a pizzería in Corrientes over diet cokes and beer, I realized something very funny. I realized we were all kind of pissed.  Many of our discussions reflected the lenghts of our dissappointment with regular Argentine literature. I mean regular versus extraordinary, literary, wonderment, high style, the one Edgardo honors in his writing and his récherches in film. We concluded we were majorly pissed at our youngster milieu, at the people around us. And we were sick of Deleuze, apparently, too, over any other demigod. Wasn’t Argentina’s contemporary literature’s attachment to Deleuze another way to to pay tribute to the god of capital, the god that makes every sign turn into something else? Things turning into other things, trivially, robotically forming small books that were becoming smaller and smaller. That relaxed liberalism of words, de buen tono, was making us sick. It was the promise of a revolution under the most conservative of forms: relegating all meaning and beauty to boring procedures, and ultimately, turning literature into another little machine of capital. If everything turns into something else, if everything @deviene@, substance and beauty and art matter no more. And even if we recognize the modernistic gesture of leading to a limit, playing with the horizon as if the limit was real, it wasn’t an inspiring gesture anymore, as -we could now see it- it was deeply philosophically flawed. Of course, when we speak about disappointment we were talking about great authors -in Argentina, even the most mediocre scribes are passable entities- in sum, our bar is very high. As we trashed Cesar Aira and his epigones, we were holding on dear to Edgardo’s operatic world.

One of these nights, with Lucas, Fernando and Martin, we started out our Coza sect. We wanted das Ding an sich, the cosa in itself, the chose, we wanted the Coza and the rinsky too. We get together every month or so, to discuss Edgardo minutiae over diet cokes and beer. Sometimes we manage to lure Edgardo in, and he gentlemanly takes us to a milonga, where he unveils for us his Fassbinderian Coza hidden world, and he let us see the way a certain elderly lady only dances with the young tango hot shots -things we see thru his eyes- until he does one of his ninja bombs, and dissappears completely, leaving behind only the trace of a bottle of champagne. In his literature remains the promise of commitment to art and thought that never relegates the discovery of History that is tantamount to beauty, in which we recognize something bigger than love -that metal which, like Literature, that never loses its power when extending unto other souls, as Shakespeare had it.