"Los debates salvajes" por Diego Rojas para
VeintitrésHace tiempo que las tranquilas aguas de la literatura no se veían conmovidas por la publicación de una novela. La democracia
y la posmodernidad parecían haberle quitado cualquier posibilidad de peligro a la literatura: todo podía ser dicho y ser tolerado, ya nada habría de causar escándalo. Sin embargo, Las teorías salvajes, la primera novela de Pola Oloixarac, dividió las aguas y provocó reacciones polarizadas. El escritor
Guillermo Martínez opinó que era una “novela brillante, a la vez profunda y divertida, que logra convertir la teoría en prismas de inesperada belleza literaria”.
Para Beatriz Sarlo “las teorías (antropológicas, psiquiátricas, filosóficas, tecnológicas) fascinan, pero también son instrumentos para escribir una novela que yo no llamaría filosófica, sino de aprendizaje, no una ‘educación sentimental’ sino una educación a secas”. Pero así como recibió elogios, también provocó rechazos: “¿Puede alguien ser considerada nueva promesa de las letras y publicar una novela debut que, para digerirla, es recomendable usar hepatoprotectores?”, se preguntó
Cicco en el diario Crítica.
Diego Erlan señaló en su columna en la revista Ñ que muchos decían por lo bajo que Las teorías salvajes era una “novela sin amor y sin poesía”.
Planta, una revista que circula en la Facultad de Letras, fue aún más lejos: pidió “una retractación pública por parte de Oloixarac” y planteó que, más que literatura, se encontraba allí “un consenso periodístico de derecha”.
¿Pero qué pudo haber escrito esa chica para provocar semejante revuelo? La novela narra las peripecias de su protagonista, obsesionada por los postulados del catedrático Augusto García Roxler y por su persona, mientras decide llevar adelante un plan para seducirlo que incluye ciertas aventuras con Collazo, un intelectual de pasado guerrillero. Al mismo tiempo, relata la relación entre Pabst y Kamtchowsky, dos nerds que incursionan en algunos hábitos sexuales y culturales alejados de su experiencia previa.
De cualquier manera, el texto es una excusa para revisar la actualidad de las imposturas intelectuales y políticas en la academia, el estado de situación de la cultura y el campo cultural y
se ríe de la santificación de los setenta. En el comentario sobre el libro publicado en Veintitrés se dijo que Oloixarac era una especie de “
Fogwill con polleras”. El mentado escritor opinó sobre la polémica: “Pola es una mina que va llegar lejos. Es mucho más culta que cualquiera de los que escribieron sobre ella.
La verdad es que no me doy cuenta si la izquierda es atacada o no, porque yo opino igual a lo que plantea la novela”. Al ensayista y director de la Biblioteca Nacional,
Horacio González, el pedido de retractación le resulta raro, ya que la novela es “
fresca y muestra una desfachatez inteligente y aguda. Usa una técnica de la provocación en términos de gran sutileza. Es un coqueteo insinuante con la deformación de la vida y estetiza con alegría algunos de sus rasgos, que son muy amargos. Y produce una nostalgia por el valor de la teoría a partir de teorías inexistentes”. Hace tiempo que una ficción no provocaba tanto apasionamiento. Y siempre es bienvenida la pasión a los debates que impulsa la literatura.
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Pola, ¿es una escritora de derecha?–Claro que no. Pero la ausencia física de una extrema izquierda, desde la que se podría realizar una crítica valedera, hace parecer que cualquier crítica a la izquierda se realiza desde el lugar del mal. Como si habitara un bastión intocable. Yo fui formada en el pensamiento crítico, que es un valor de la izquierda, y cuando hay una serie de cuestiones que no se repiensan, quedan anquilosadas. Y hay que moverlas de alguna manera. Para eso utilizo la escritura.
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Su novela provocó posicionamientos polarizados. ¿Qué piensa sobre el fenómeno?–Por un lado, creo que diseñé la bomba y, en tanto bien construida, es natural que explote. Es un libro fuerte y lo concebí de ese modo. Es muy sano que aparezca un texto que apunta a desestabilizar una cultura falocéntrica y machista que se ubica en una zona de confort, una cultura a la que no le interesa criticarse y donde todas las posiciones están tomadas.
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Algunos personajes setentistas en su novela son objeto de crítica...–Existe una recuperación del discurso setentista que es el discurso oficial, del oficialismo.
No me interesa derribarlo o darle un golpe violento, sino empezar a pensarlo desde otro lugar. ¿Qué se halaga en estos intelectuales de izquierda setentista para que sólo se los pueda colocar en el lugar del héroe? El personaje de la novela es hoy un burgués perfecto. Militó, ahora vive en un lugar superpaquete a cuadras de Libertador, va en su lancha por el Tigre. A estos esplendores burgueses les suma el glamour de un veterano de aquella guerra sucia. Quería ver cómo convive el registro del dandy superburgués con el héroe del setentismo.
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Algunos lectores creyeron ver en el personaje del intelectual setentista a Martín Caparrós.–Bueno, Caparrós es un personaje muy interesante, creo que muchos escritores soñamos con poder retratarlo alguna vez, es un excelente personaje de novela.
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También existe un diario de una militante que la muestra demasiado ingenua...–No. Quise plantear que es muy difícil asociar la noción de mujer a la noción de soldado. Lo podés ver incluso en la película
La Gaby, que es la biografía de
Norma Arrostito. No se la muestra como soldado, no ocupa ningún lugar de poder en Montoneros, tampoco se menciona a Firmenich. Cuando Abal Medina acaba de ajusticiar a Aramburu, se acuesta en la cama como diciendo: “¿Qué hago con mi pija?”, y ahí aparece ella para consolarlo. No hago una parodia con ese diario, sino que me apropio del género de las “memorias de la lucha armada”, tan en boga últimamente, y lo aplico a una chica. Estos diarios de lucha muestran a las mujeres como chicas buenas, no pueden verlas como soldados.
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La narradora es hipersofisticada en su intelectualidad, ¿también piensa que es un papel que difícilmente se le otorgue a una mujer?–Justamente. No se tolera a una mujer soldado, ni que sea intelectual ni que haga jactancia al respecto ni que disfrute de su vanidad intelectual. La recepción de la novela habla sobre la tolerancia a ciertas cosas y ciertas cosas no.
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La protagonista también puede ser percibida como un objeto sexual.–Pero es un objeto sexual consciente de sí. Ella misma se usa como carnada para atrapar a su presa. Quise hacer comedia con esa forma de seducción.
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Cierto imaginario piensa a las feministas como mujeres que no se pintan, que visten sin glamour y odian a las marcas. En cambio, usted...–Me gustan las polleritas. La cuestión del feminismo pasó por distintos momentos teóricos. Hoy tengo la posibilidad de pasar por todas esas lecturas y aferrarme a las que me inspiran, a las que me unen en una causa común con otras mujeres. Que una feminista se rehúse a la feminidad es un prejuicio. Por el contrario, la feminidad es algo muy feminista. No voy a dejar de lado lo que soy, dejar de lado mi vanidad, no voy a dejar de divertirme conmigo. Ser mujer es muy divertido.
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Entre las reacciones a su libro existen voces que piden una retractación pública.–Es genial. Están totalmente locos. Primero porque es una obra de ficción. Pero una persona de izquierda no pide una retractación...
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Pasó en Cuba, en la Unión Soviética...–Es que es un gesto totalmente estalinista. Totalmente contrario a la izquierda en la que me crié, en la que podemos pensar, criticarnos y divergir, pero donde hay una tolerancia. Cuando piden que retire mi palabra demuestran que es un buen momento para pensar qué es la izquierda, porque desde cierta izquierda se hacen planteos totalmente reaccionarios.
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Cicco dijo en Crítica que escribía para los profesores.–Pero ese chico no leyó la novela, dice en su nota que se la salteó toda y confunde los personajes. Si Crítica le paga para eso...
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En Ñ dicen que es una “novela sin amor y sin poesía”. Pero, ¿se le pediría a Sergio Chefjec, a Fogwill, que escriban con amor?–¿Alguien le pide amor a Osvaldo Lamborghini? Es como la idea de
Como agua para chocolate: cuando cocinás con amor todo es más hermoso. Y ellos probablemente querían que les cocinara una receta con amor para comérsela. Ninguna escritora puede estar contenta con que la pongan en un lugar así. Bueno, Corín Tellado escribía con amor. Ese es el canon grosso al que hay que aspirar.
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¿También se dedica al canto?–Soy soprano. Con un amigo estuvimos haciendo lieders sobre los poemas de Lady Cavendish, una grafómana del 1600 cuyos textos estoy traduciendo.
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Si hiciera caso de ese pedido de retractación, podría abandonar la literatura y dedicarse a la música...–Las tarlipes. Repito: las tarlipes.
foto veintitrés: Carolina Camps. Vestuario: colección Entropía 2009 ;D