Déjenme que les cuente una parábola egipcia. A pocos cientos de kilómetros de El Cairo vive una joven de grandes ojos negros y oscuros cabellos llamada Ghada Abdel Aal. Cuando viaja a Europa, le dicen la Bridget Jones del Nilo; cuando viaja a Estados Unidos, es la Carrie Bradshaw árabe. En Egipto los novios son seres masculinos seleccionados por las familias, y las mujeres mantienen sus atributos de niña intactos hasta el momento de decir que sí o no. A Ghada le aburrían estas ceremonias y escribió una comedia riéndose de sus candidatos y contando espectaculares fugas del contrato tradicional, como la vez en que llamó a los bomberos para escapar de un pretendiente particularme grotesco. La voz crítica circuló: su libro fue bestseller durante años en Egipto y luego hicieron una serie televisiva que siguen veinte millones de personas en el mundo árabe. Pero como Ghada escribe en dialecto egipcio (no en árabe clásico, la lengua prestigiosa) la acusaron de corromper a la juventud, pequeña Sócrates pre cicuta; también, la acusan de no ser una verdadera escritora, porque, como ella misma explica, “para ser escritor en Egipto hay que ser hombre, tener pelo blanco y estar preferiblemente muerto”. Ghada escribe una columna semanal donde satiriza el presente político de Egipto; durante la revolución contra Mubarak, fue juvenil comandante al mando de cinco mil amigos en Facebook, transmitiendo cadenas de información desde Malhalla a la plaza Tahrir en Cairo, desde suplementos médicos a instrucciones. Su pluma cáustica la puso varias veces al filo de la cárcel, que esquivó con elegancia; eximia belly dancer, una vez me explicó que para ella escribir es como ir bailando entre temas y palabras prohibidas.
Pero cada vez que Ghada viaja a Occidente a presentar un libro, los periodistas se exasperan. Va a las conferencias de prensa combinando una remera de Hello Kitty con el velo islámico a juego (lo más chic en Medio Oriente es llevar el velo y la ropa del mismo tono), y los periodistas del mundo libre enloquecen: ¡Hay mujeres que caminan sobre brasas ardientes para poder quitarse el velo! Y tú vas por ahí con el velo, ¡eres una reaccionaria! Ghada es subversiva en su tierra, y en los siglos de supuesta modernidad y tolerancia que la separan de Occidente. Su presencia subvierte lo que queremos saber del mundo árabe. Ghada no cierra en ninguna parte.
Ahora y hace cientos de años, en Arabia, en América como en Europa, escribir desde un cuerpo de mujer suscita toda clase de fantasías negras. Tiene un potencial gótico que no podemos dejar de advertir en su ventaja, en su belleza. (Cuando una mujer escribe, lo hace a pesar de todos y contra todos.)
Dejemos por un momento a Ghada bailando con sus velos y volvamos a Occidente; pasemos de los siempre conflictivos reclamos de igualdades (¿si el arte se trata de lo excepcional, lo maravilloso, tiene sentido intentar regularlo con democracia?), y hagamos zoom en una fina pieza de etnografía literaria: Bajos Instintos (1992, Paul Verhoeven). Sharon Stone es una escritora exitosa, autora de varios bestsellers policiales (género por excelencia del capitalismo según Ricardo Piglia). Hay un crimen real: entonces la vida personal de la escritora Sharon se coteja con su escritura. Los géneros de la autobiografía y el policial deben mantenerse separados; para velar por su separación entran los policías, en su rol de críticos literarios (¿qué es ficción, qué es real?). Sharon asiste a su conferencia de prensa en un vestido blanco cortito. Responde a todas las preguntas de sus interrogadores y zás, de pronto les hace ver lo que nadie esperaba pero en lo que todos pensaban.
Oswald de Andrade, el poeta y pensador brasileño, escribió que había que dar vuelta el prejuicio. Así que los europeos dicen que somos caníbales, dijo Oswald: pues entonces esta habilidad en la barbarie funda la amplitud, la voracidad de nuestra cultura latinoamericana. Lo mismo con la literatura tradicional y la jauría aterrada de hombres cultos e ignorantes que reseñaron el peligro mujeril, desde los autores varios de la Biblia a la biblia modernista, Ulysses: sí, ellas son capaces de jugar con tu mente, manipularte, y parecen entrenadas en la academia Satanás para captar detalles. Les divierte llamar la atención, son crueles con la palabra si quieren. Son vanidosas. Su poder de fascinación es superior al de los hombres por vastedad de motivos, y lo saben. No debe haber mejor escuela que los pecados femeninos para la ficción.
2 comments:
Como es de esperarse, cuando una chica patea castillos de arena es mas cómodo lapidarla que hacer una rigurosa auditoría a los maestros constructores. Deduzco de tu parabola, que la fascinación con el gesto tampoco debe ayudar mucho.
Saludos desde la Olla.
Supongo que los mismo periodistas que cuestionan la elección de Ghada, son los mismo que se habrán ofendido con esa desnaturalización del modelo de mujer occidental que resulta Fulla, la barbie musulmana.
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