"Argentina soviética", por J. Ernesto Ayala para Babelia
Es posible que los seres o las realidades parodiadas sean ellos mismos los únicos responsables de la parodia de que son objeto. Nadie sino ellos serían los únicos culpables de su circunstancia de parodiados. En fin, que tendrían lo que se merecen. Claro que esas realidades parodiadas la más de las veces no tienen nada de graciosas, toda vez que es difícil que una buena parodia no haga reír, aunque la fuente de nuestra hilaridad sea paradójicamente un asunto humano muy triste. Si leemos la gran novela de Mijaíl Bulgákov, El maestro y Margarita, seguro que la risa será instantánea, incontrolable e invasiva, aunque luego, pensándolo bien, conociendo lo que parodiaba y conociendo cómo acabó la vida de su autor en la Unión Soviética de Stalin, un poco tal risa se te queda helada. Así funciona la parodia desde Aristófanes (que parodiaba nada menos que a los grandes trágicos griegos) hasta Valle-Inclán, pasando por Rabelais. Esto apuntado tiene que ver con la nueva novela del escritor argentino Fogwill (1941), Un guión para Artkino.
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