(La moda mundial hace tiempo sigue con celo cada movimiento de Dañel, como se sigue a los superagentes del espionaje internacional protegidos por la cortina de humo que proporcionan los puestos jerárquicos en la universidad pública.)
- ¿Es Apolo? preguntan algunos, cuando lo ven aparecer esplendente-moteado por los haces de la bola de espejos.
- No... ¡¡¡es Dañel!!!
Y después de darme celos, con esa Flopi Key, cuando perdí el buque, me trajo un escarabajo-cucarachita y un jabón de olivas griegas (todos signos portadores de una ironía dañélica, crudelísima), pero más maravilloso aún, es este regalo: su contratapa para mi libro color bikini:
Las teorías salvajes podría entenderse como una comedia (y más exactamente: como una comedia isabelina) si no fuera porque, en rigor, es más bien un roman philosophique, que encuentra en la razón, la modernidad y el sujeto universal sus temas. Por supuesto, las doctrinas, tal como cualquier persona con paciencia puede aprenderlas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires ("un ecosistema gagá donde se permitía al académico gagá convivir a gusto con el deterioro institucional"), no están ausentes de su discurrir, pero el aspecto que presentan los personajes filosóficos convocados es de tal talante que, ahora sí, parecen héroes de una comedia (pero una comedia disparatada de los años cincuenta).
El lector atento encontrará en Las teorías salvajes ramalazos de Humbert-Humbert, de Rousseau, de Wittgenstein, incluso de Nippur de Lagash. Es como si la novela (o las novelas que se incluyen unas dentro de otras, como Matrioshkas desquiciadas que además han leído a Proust y saben que todo puede ser leído à clef) quisiera gritar: "¿pero no era que filosofía quería decir amor por el saber, no importa dónde se encuentre?". Desde estas páginas que Pola Oloixarac (pariente empática del barón Jacob Von Uexküll, el eminente zoólogo) nos regala, alguien le contestaría que no: "La filosofía es el playground de Satán".
Daniel Link
Gracias forever, adorado Dañel!!!
Fotografías: Sebastián Freire y Stanley Kubrick
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